jueves, 24 de enero de 2013

Lágrimas de madrugada

Son las 6.00 de la mañana, no es una hora tan rara para estar despierta. No, si no te cuento que ayer salí de trabajar a las 22.00 h y que el ardor de estómago me tiene despierta desde las 4. No, si me callo que tengo una barriga de 36 semanas con un bebe dentro que me recuerda que existe (gracias a Dios!) cada dos por tres.
Y no me puedo quejar de jefes y compañeros, que si supieran que hace días que no descanso igual (pero de verdad, y no cuando se lo comento de pasada tomando café), que me duelen las piernas si no me levanto de mi silla en muchas horas,... Estoy segura de que me comprenderían.
Mi marido esta lejos, a miles de kilómetros, y gracias al cielo estoy en casa de mis padres que me cuidan y me acompañan.
Mientras escribo se me caen las lágrimas, se me caen a chorro. Por eso he empezado a escribir, para descubrir qué me ocurría esta noche, si hace nada hablaba de la maravillosa droga del embarazo que conseguía que nada ni nadie me pudiera sacar de mi estado de satisfacción permanente.
Parece que la droga ha remitido, o me he hecho inmune a ella, o ha sido sustituida por la de la melancolía y autocompasión, o quizá la situación es más extrema de lo que me parece y tengo razones para ello.. Ni lo sé ni sé si me ayudaría mucho saberlo.
Pero si sé cómo me siento: me siento fuera de lugar en el trabajo, porque por mucho que me digan lo "ligera que se me ve" o lo "bien que lo llevo", yo no me siento ni ligera ni bien. Porque entiendo a mi cuerpo, entiendo estos ardores y el insomnio, entiendo que le duela estar sentado, que no duerma del tirón, que "le tire" el nido.. Pero no puedo más que acariciarlo (acariciarte) bajo el teclado del ordenador y pedirle sólo un poquito más.
Porque no hay día en que alguien no me cuente que pidió una baja 4, 6 u 8 semanas antes de dar a luz, y que yo no me sienta idiota y en deuda con mi bebé y conmigo. Pero tampoco hay día en que no me encuentre con la historia de "me di de baja el viernes y el domingo estaba de parto" (o peores), y entonces me vea pusilánime y me exija un poco más.
Insomnio, ardor, punta de trabajo, mi pareja a miles de kilómetros y mañana empieza un fin de semana de lío familiar por doble motivo: un fallecimiento y una separación.
Se me caen las lágrimas y no se porqué...

sábado, 19 de enero de 2013

Poner o no pendientes, esa es la cuestión

He leído por ahí que no hará mucho más de 100 o 200 años que se implantó en Europa la tradición de que todas las mujeres llevemos pendientes, si bien es cierto que adornar las orejas es una costumbre que viene de muy antiguo (la Biblia hace referencia a ellos y hasta los romanos hacían agujeros a sus niñas).
En Europa, durante el Renacimiento y el Barroco la moda era usar un sólo pendiente, pero en los siglos XVII y XVIII casi desaparecieron de los lóbulos de las fashion victims de la época porque las pelucas y los grandes peinados ocultaban las orejas. Fue a finales del siglo XIX cuando los pendientes volvieron a causar furor, aunque se usaban esos de pinza que no requieren agujero (claro, que quizá con la falta de higiene tampoco era muy recomendable dejarse perforar el lóbulo de la oreja)...

Me acabo de plantear qué hacer con los agujeros de las orejitas de mi bebé.
Algunas madres nos recomiendan que pongamos los pendientes a nuestra niña lo antes posible, al poco de nacer, porque el recién nacido no siente dolor, o al menos no lo recuerdan. Sin embargo, si leemos un poquito (por ejemplo aquí), encontramos cosas como esta:
Durante años ha existido la falsa creencia de que el recién nacido, por su inmadurez biológica, percibe menos el dolor y lo tolera mejor, estando actualmente demostrada, en diversas investigaciones en campos como la psicología, anatomía y neurofisiología del recién nacido la falsedad de ambos asertos. Esta concepción errónea del dolor en el neonato ha motivado un insuficiente tratamiento del mismo, con las consiguientes consecuencias sobre la salud física y psíquica del recién nacido. 
En cualquier caso, a mí me hicieron los agujeros bastante mayor y no recuerdo la experiencia excesivamente dolorosa (más bien pasé susto), así que tampoco creo que cause un  gran sufrimiento a nuestras pequeñas.
También me dicen que si no le ponemos pendientes, nadie sabrá que es una niña. No dudo que esto sea cierto, pero la verdad es que tampoco veo la necesidad de "sexualizar" la imagen de mi hija a tan tempranísima edad, más allá de alguna prenda rosa. La niña tendrá nombre (lo tiene ya) y éste no deja lugar a dudas: su sexo es femenino.

Pero también me he encontrado el punto de vista contrario, de quienes consideran que hacer los agujeros en las orejas de una recién nacida es un exceso de "dominio paternal", e incluso he llegado a escuchar que podría entenderse como una "mutilación". Yo no puedo defender esta postura, veo grandísimas diferencias entre unos agujeros en los lóbulos de las orejas y una mutilación, si bien es cierto que nunca me he planteado hacerme más agujeros o un tatuaje porque no comparto la idea de "para estar bella hay que sufrir (tanto)".

Lo que verdaderamente me ha convencido es lo siguiente:
  • En unas orejitas tan pequeñas, es mucho más difícil hacer el agujero en el centro, por lo que corremos el riesgo (pequeño riesgo, claro) de que los pendientes queden menos estéticos (y al fin y al cabo los hacemos por estética) e incluso demasiado cerca del borde de la oreja, provocando riesgo de desgarros cuando sea más mayor.
  • No se me quita de la cabeza que se pueda enganchar el pendiente o la tuerca en algún jersey o toquilla, y eso ¡sí que duele!
  • Sería bastante contradictorio que me pase tardes de domingos revisando los botones y lazos para asegurarme de que están bien cosidos y no hay riesgo de que se lo trague, y le ponga unos pendientes con sus tuerquitas. Que sí, que los hay de rosca que son más seguros, pero hasta a mí se me han caído por ponérmelos mal alguna vez. Lo mismo opino de pulseras, cadenas o cualquier abalorio en recién nacidos.
  • Creo que un agujerito en el lóbulo de la oreja no deja de ser una pequeña heridita susceptible de infectarse. No le veo el sentido a someterla a ese (pequeño) riesgo mientras esterilizo cada cosa que toca, y sobre todo teniendo toda la vida por delante para hacérselos (no creo que a los 3, 4 o 5 años sea muy mayor).
Así que esa es mi decisión: mi hija no llevará pendientes de momento. Algún día me imagino que nos pedirá que la acompañemos a hacerse unos agujeritos, y juntas elegiremos los pendientes que más le gusten. Y ese día sus orejas serán algo mayores, con lo que sus agujeros quedarán más centrados, su sistema inmunitario estará más desarrollado, tendremos menos riesgo de ahogos o atragantamientos y, además, puede que hasta sea una bonita experiencia acompañarla en esa pequeña decisión.

¿Os habíais planteado el tema de los pendientes? ¿Qué os ha llevado a tomar vuestra decisión?

lunes, 14 de enero de 2013

La trampa de la súper mamá

El sábado pasado bajé a la peluquería porque intuyo que durante las primeras semanas de mi bebé no encontraré el momento de cuidar mis pelos. Mi peluquera me confesó que le preocupaba que "me abandonara, como otras mamás, cuando naciera la peque". Aunque tampoco es que me mate por ir remona (peluquería cada 3 o 4 meses y por las mañanas no paso de hidratante y algo de colorcete para la cara), el comentario me picó un poco el gusanillo de la mamá-molona, y mi imaginación empezó a volar hacia esas famosas recién paridas que salen de la clínica subidas a unos altísimos taconazos...

Y ya me veía con mi brillante y planchada melena al viento reflejando los rayos primaverales de sol (¡mucho me tendría que crecer el pelo para que se dé esta imagen!). ¿Qué hice? Me prometí ser mamá-molona y me puse una cita en el calendario del móvil para dentro de 3 meses: ir a la peluquería.
Claro que no iba a estar yo tan estupenda y mi bebé hecha un adefesio. Menos mal que llegó su abuela paterna al rescate y el día de Nochebuena apareció con una enorme bolsa llena de ropita de bebe recién nacida digna de portada del Hola!: faldones cosidos a mano, jerseicitos, camisas de batista con sus volantes, capotas, y lazos, lazos y más lazos. Tengo que reconocer que la pobre se esta dejando los ojos y todos los hilos del costurero para que su nieta sea la bebé mejor vestida de 2013. Mientras yo iba mirando esos faldones, me dijo "Esto te lo llevas al hospi (3 faldones de piqué), no te olvides, que me ha contado mi amiga Paloma que su nuera no le pone a su nieta lo que le ha comprado ella ni para ir a verla". Mi yo "drogado por el embarazo" no cayó en la cuenta de que esos faldones de piqué, llenos de lazos, ni se lavan en la lavadora, ni se estiran y ya está, así que dije al momento "Claro que sí, faltaría más".
Así que una vez naciera el bebé, tenía dos obligaciones: ser una mamá-molona de bebé-remona.
Pero por si acaso mis promesas no eran suficientes, mi madre me recordó ir dentro de poco "necesitaría unas cortinas y un cabecero en mi dormitorio, pues me tocaban muchas horas de habitación". Y que si mejor de este color o del otro... Y mi imaginación seguía volando... Seré una mamá-molona de bebé-remona con casa-glam.
Podría seguir horas y horas hablando de como mi ideal de mamá paso a ser más propio de súper woman que de una sencillita treintañera del montón. A la mamá-molona le añadí muchos adjetivos: divertida (a petición de mis amigas), eficiente y triunfadora laboralmente,...
Pero la droga del embarazo no fue suficiente para mantenerme en la inopia y gracias a Twitter estoy conectada con varias mamás y papás que, contando su día a día, me hicieron caer del guindo, y mi cabeza empezó a cambiar la plancha del pelo por el antiojeras, las idílicas cenas con mis amigas por ratitos de sofá con la familia que seremos dentro de unas semanas, los faldones por peleles lavables en programas de algodón, la búsqueda de cortinas y cabecero por un ratito de leer y pensar en el día del parto...
Y acabé prometiéndome que si el día que sonara esa alarma de "ir a la peluquería" estaba disfrutando de mi nuevo papel de madre, cumpliendo algunas obligaciones o simplemente descansando, la apagaría durante otros tres meses sin el más mínimo sentimiento de culpa.
Y es que intuyo que tras muchos malos momentos que pasaré en un futuro no muy lejano, estarán las exigencias de "súper-mamá".

miércoles, 9 de enero de 2013

Esa droga llamada embarazo...

Si hace 8 meses hubiera tenido que definirme, el adjetivo "nerviosa" hubiera tenido uno de los primeros puestos de la lista (y eso porque un alto concepto de mí misma me impide decir ansiosa). En general, no me cuesta mirar al futuro con optimismo, lo que me cuesta es pararme a disfrutar del momento y de los pequeños retos conseguidos. Me hace feliz llenarme la cabeza de pájaros y proyectos, de ideas para emprender un negocio por nuestra cuenta o para mejorar nuestra vida (ahora ando liada con un excel de recetas que me haga la lista de la compra semanal...), pero tanto plan de futuro me impide parar, mirar a mi alrededor y simplemente disfrutar de lo que estoy viviendo, como si lo verdaderamente bueno "estuviera por llegar".
Pero con el embarazo, esto ha cambiado. Evidentemente el cambio no lo noté durante las primeras semanas, en las que los miedos después del falso positivo me hacían ver señales de manchados y pérdidas de embarazo. Además, embarazada de 9 semanas perdí a mi tía sin esperármelo, hacia la 16 decidimos buscar casa para mudarnos, también me creó preocupación mi posible reacción si mi bebé fuera un chicarrón y no una bebita como deseaba (¡verás qué marimacho me va a salir por desear tanto una niña sin motivo alguno!)...
La barriga "serena"
Pero pasadas las 20 semanas de embarazo, empecé a notar que "todo me resbalaba", cada día un poquito más.
Y motivos para alterar a alguien alterable como yo no me faltaban. Por un lado estaba la mudanza que, aunque era de esperar que fuera una enorme fuente de estrés, sólo me sacó de mis casillas un día en el que toda la familia de mi marido se ofreció a ayudarnos, y allí estaban todos, unos sentados sobre las cajas, otros preguntándome que qué hacían, el perro de los nervios por ver a tanta gente... y yo sólo quería estar sola e ir colocando poquito a poco (lo sé, estáis pensando que soy una bruja y que vaya desagradecida que estoy hecha). Pero pese a ese día, el resto lo hemos hecho con tranquilidad, a nuestro ritmo e incluso disfrutando cada nuevo mueble y cada armario en orden.
Por otro lado, pasada la ecografía de las 20 semanas, cambié mi expediente de hospital. Y entre huelgas y líos varios no me ha vuelto a ver un especialista ni a hacer una ecografía hasta la semana 33, ¡casi 3 meses de embarazo sin que nadie me dijera que "aquello iba bien"!. Pues yo estaba tan pancha, sabía que todo iba bien, notar a la pequeña y jugar a agarrarle sus piernecitas no me dejaba lugar a dudas, (pese a que mi ingeniero favorito insistiera en eso de "si no lo veo, no lo creo").
A esto hay que sumarle el tema del tabaco. Siempre me ha puesto enferma que se fume "a lo chimenea" delante de no fumadores. Os puede parecer una tontería, pero en casa de los padres de mi marido se fuma sin cesar: en el baño, en la mesa, en la cocina, ordenando, limpiando, comiendo... y pensaba que esto unido a mi intolerancia nos causaría más de un problema. Pues curiosamente he tratado de ser comprensiva (aunque me sigue sorprendiendo que la gente fume delante de un bombo de 8 meses) y apartarme sin incordiar al fumador.
Y por último, la familia y amigos con sus preguntas de "¿ya tienes todo?". En la semana 34 aún me faltan un montón de cosas (sábanas para la cuna, el colchón, el saco del cochecito, el grupo 0 para el coche,...), pero me da igual: voy a mi ritmo y no quiero agobios.
En fin, bendita droga llamada embarazo...